Por José Fernández Santillán*
El 29 de abril de 1992, en Los Ángeles, California, estallaron los peores disturbios que se recuerden en esa ciudad. La razón fue el fallo del jurado que encontró inocentes a cuatro agentes de la policía videograbados por un aficionado cuando le propinaban una golpiza salvaje a un joven afro-estadounidense, Rodney King. La consigna de los sublevados fue muy simple: "No justice, no pace" (si no hay justicia no hay paz).
Valga otro ejemplo: el 21 de agosto de 1968 el movimiento democrático encabezado por Alexander Duvcek en Checoslovaquia fue sofocado por los tanques del Ejército soviético. Ante la superioridad militar de los invasores la gente cayó en el desánimo hasta que, a principios de 1969, el estudiante Jan Palach se prendió fuego en la Plaza de San Wenceslao de la capital de la república, Praga. Su funeral se convirtió en un acto de protesta masivo en contra de la ocupación.
Las figuras de Rodney King y Jan Palach son símbolos de las distintas técnicas de la protesta civil contra hechos considerados injustos. Aunque cada cual fue ocasionado por motivos distintos, tienen en común el recurso a la violencia: el primero en forma de disturbios, el segundo por medio de la autoinmolación.
Pues bien, en el repertorio de las luchas civiles hay, sin embargo, otro tipo de técnicas que no tiene que ver con el uso de la violencia, sino con medios pacíficos. Es aquí donde se ubica el llamado que hizo Andrés Manuel López Obrador en la manifestación ciudadana del pasado domingo 16 de julio en protesta por lo que se considera un fraude electoral cometido dos semanas antes. Por eso mismo, conviene analizar cuáles son los límites y alcances de la alternativa por la que optó la coalición Por el Bien de Todos para pedir el recuento "voto por voto, casilla por casilla".
Quedan, explícitamente, excluidas de esta propuesta los disturbios y la autoinmolación a los que hemos hecho referencia; o sea, la violencia empleada contra los demás o contra sí mismo. A esos parámetros debe ceñirse la lucha pacífica. En seguida tendríamos que decir que la resistencia civil proviene de una larga tradición que se remonta, por lo menos, al siglo XVI cuando al calor de las guerras de religión se perfiló la contienda contra la arbitrariedad de los autócratas. Estas luchas quedaron condensadas en lo que se considera la Biblia del derecho de resistencia, el libro Vindiciae contra Tyrannos (1579) escrito por Stephanus Junios Brutus. La tesis central es que las autoridades no tienen un poder ilimitado: están sujetas a actuar en el marco de la ley y la justicia. Si rebasan esos límites o llegan al poder por medio de la usurpación, los súbditos tienen el derecho de oponerse a ellos porque se trata de tiranos y no de gobernantes legítimos. Los sediciosos son quienes quieren hacerse del poder violando la ley. En consecuencia, los súbditos tienen la prerrogativa de enfrentarse a esos usurpadores para restablecer el orden alterado.
El derecho de resistencia es diferente, e incluso contrario a la revolución porque el primero restituye el orden legal violado por la autoridad, mientras que la segunda rompe el orden legal existente. Uno echa mano de la organización civil pacífica; la otra plantea la vía de las armas. El personaje más representativo de la resistencia civil es Gandhi, con su técnica satiagraha; el símbolo de la revolución es Lenin, con el método de "lucha armada".
En México quienes tradicionalmente recurrieron a la resistencia civil fueron los miembros del PAN. Por ese motivo sufrieron una sangrienta represión en la ciudad de León en 1946. Cuarenta y dos años después Manuel J. Clouthier llamó a la resistencia contra el fraude electoral. En aquella ocasión El Maquío pidió el recuento de votos: "La rotunda negativa del colegio (electoral) a la apertura de los paquetes demuestra dos grandes verdades: por una parte, la inutilidad de salvaguarda y custodia; y, por otra, que el propio gobierno sabe bien que el contenido de las actas de escrutinio no coincide con el cómputo correcto de los votos reales que están dentro de los paquetes tan celosa como vanamente custodiados. ¿Valdrá la pena negarse a la revisión de los paquetes a costa de la legitimación y autoridad moral del próximo gobierno?". Dos años antes los panistas resistieron con gallardía el fraude electoral en Chihuahua; en 1991 hicieron lo mismo en Guanajuato y San Luis Potosí.
Paradojas del destino, hoy son los perredistas los que toman la estafeta para pedir que se aclare lo sucedido en el más reciente evento electoral. Esa estrategia es aplicada, irónicamente, contra un gobierno y un candidato panista que, se cree, han sido afectados por el mismo mal que alguna vez ellos mismos combatieron.
Uno de los preceptos de la resistencia civil, como señala Norberto Bobbio, es que debe ser acompañada por un "trabajo constructivo"; o sea, por un conjunto de comportamientos ejemplares que muestren al adversario que no se pretende eliminarlo; el propósito es construir una forma de vida mejor para todos. La vía pacífica no trata de ofender al oponente, sino volverlo inofensivo; no contraponer a sus actos ilegales otros actos ilícitos, sino develar su falsedad para volverlo moralmente impotente. En lugar que proteja intereses creados, hacerle ver que es posible edificar un orden justo.
La tesis fundamental del derecho de resistencia se encuentra en las últimas líneas del libro de John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil (1690): "Yo dejo al juicio imparcial de la historia sentenciar si los tumultos han tenido su origen en la temeridad del pueblo, en su deseo de liberarse de la autoridad legítima de sus gobernantes, con mayor o menor frecuencia que en la insolencia y osadía de esos gobernantes de ejercer un poder arbitrario sobre su pueblo, es decir, si ha sido la opresión o la desobediencia la iniciadora del desorden".
Curioso: quienes combatieron la opresión ahora invocan el valor del orden para mantenerse en el poder.
*Profesor del ITESM-CCM
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